Sunday, July 23, 2006

Inside




El día estaba nublado, el shopping ruidoso, el pópulo, estaba más que exacerbado.
¿Y la razón de tal revuelo? Bueno, tenía que ver con la rebaja otoñal y las festividades próximas.
El shopping era un lugar perfecto para ver interesantes caras: de mejillas sonrojadas, sonrisas descontroladas, de ojitos brillosos incentivados por los carteles y etiquetas coloridas que mostraban unos números.
Eran esos números, los medios para asegurar gratos recuerdos y placeres. Pegados a los pulóveres, polleras, sacos, pantalones, y otra indumentaria que vestían a las figuras humanas, de piel plástica y de mira artificial, congelados en distintas poses. Hacían olvidar, para algunos, recordar para otros, por instantes , las penurias de días nublados.
Que satisfacción, que placer, que felicidad, imanaba de aquellas gentiles criaturas que como niños corrían de un lado para otro, llevando consigo bolsas y bolsas repletas de diminutos bienestares.
Era un mundo de un sin fin de cosas, que despertaba el profundo deseo de adquirirlas. Y por lo visto, venia perfecto a satisfacer la necesidad de lucirse como “alguien importante”, de identificarse como “alguien distinto”, la necesidad de muchas cosas, de muchas personas, de muchos cielos, y de tan poco ...
Transitando por tal bullicioso lugar, Maxim, un hombre barbudo, despeinado, de mirada excéntrica, de piel tostada, a simple vista bastante desconforme consigo mismo, resentido con los demás y muy probablemente odioso con los animales, se dirigió al tercer piso buscando donde se encontraba aquella exposición, de la que tanto sintió hablar.
Sin esperar mucho, pero lidiando con la curiosidad despertada por los comentarios de la gente conocida y merchandising, sobre la exposición que se comprendía en la única y extraña obra: el mural.
Lo curioso y lo más insólito de la obra, era las múltiples interpretaciones recibidas, nadie se ponía de acuerdo sobre lo que habían visto en ese mural, pero todos terminaban curiosamente excitados, agitados inclusive aterrorizados hasta tal punto que se convencían que nunca volverían a ir a la exposición, volver a enfrentarlo.
Después de subir las escaleras se dirigió hacia la enorme puerta de roble tallada con múltiples relieves, decorada con las imágenes épicas. Donde las sombras y las luces se conjugaban, moviéndose al ritmo de la iluminación. Era una danza que lograba materializar la agonía expresada en la cara de un guerrero próximo a entrar al mundo de Hades, herido por la lanza que atravesaba su carne, caído de rodillas, mirando a la bella mujer que sostenía la lanza, admirando su verdugo, y comprendiendo que su deseo lo llevó a la perdición.
Esa imagen enfermiza no podía pasar de ser percibida, así que Maxim se detuvo ante ella, inclino su cabeza hacia el lado izquierdo, quedando perfectamente quieto. Algo le resultaba conocido, pero todavía no entendía que era exactamente, cual podría ser la relación entre ese guerrero moribundo y él.
-“Su entrada, por favor”, se escuchó una voz simpática.
Maxim, volvió a enderezar la cabeza, metió la mano en el bolsillo de la campera, revolvió entre diferentes objetos que se encontraban en ahí y sacó un papelito grisáceo. Extendió la mano, y dio la entrada a una jovencita, de paso, recorriéndola con los ojos. Era una muchacha de no más de 18 años, de pelo rubio, y de cuerpo más que privilegiado.
-“Pase, es por acá”, dijo ella guiando a Maxim hacia el mural. Él entró.
El espacio dedicado para la exposición no era muy grande, pero reunía bastante gente, por lo que el aire terminó siendo muy sofocante. El pópulo concentrado en un solo lugar, le permitió saber donde estaba la obra. Todos, estaban maravillados, exageradamente, tal vez, ante el despliegue de una enorme imagen que se dejaba entrever a lo lejos. Era interesante observar ese movimiento casi hipnótico de aquellos individuos que se desplazaban de un lado para el otro, circundando el mural, penetrando visualmente en él, y después aterrorizados, escapaban temblando y desvaneciendo.
-“Qué cosa más terrorífica, me deja sin palabras”, se podría escuchar ente los murmullos generalizados.
Maxim se acercó abriendo lentamente el paso hasta llegar a poder apreciar bien la obra, se detuvo y clavó su mira en el mural. De repente, una pulsión recorrió su cuerpo. Tembló, tembló cada milímetro de su piel, cada una de sus células sintieron un extraño impulso, casi orgásmico, casi psicótico, sintió el olor a vela que emitía la pintura. En ese momento se estableció una relación, se creo un vínculo, el deseo traspasó las barreras inconscientes identificando claramente al objeto que desde ahora en más lo perseguiría noche y día borrando para siempre la distinción entre el alba y el crepúsculo.
Se volvió a alejar del mural, pero esta vez, la distancia aumentó y se vio sentado en un sillón mirando hacia el techo, tomando un martíni rosso y comiendo unas aceitunas rellenas. El sabor salado en la boca y el estado de semiembriaguez, impulsado cada vez más ese impulso provocándole un terrible dolor. No era un dolor localizado, estaba disperso desde la cabeza hasta los pies, simplemente estaba ahí, perturbaba su tranquilidad, despertando las ganas de llorar, una extrema situación de lastima de uno mismo, la necesidad de volver a ver el mural, de sentir de vuelta su olor, de perderse en sus colores.
-“Estamos por cerrar, ya son las 4 de la mañana”, se escucho la voz de la muchacha.
Maxim dirigió su mirada hacia ella reconociéndola, era la misma que hacia horas que le había pedido la entrada para ver la exposición.
-“A que hora abre la exposición”, le preguntó, toscamente.
-“A las 8, tiene todavía 4 horas de espera. Mire que está lloviendo afuera quiere que le llame un taxi?”, exclamó la muchacha.
Pero Maxim indiferentemente se levantó, agarró su campera y la copa semivacia y se dirigió hacia la puerta. Tenia por delante esas terribles cuatro horas de completa agonía, y aun que llovía y hacia mucho frió, ni los vientos polares, le podrían quitar esa sensación de temblor interno que no dejaba de experimentar. No había distracción alguna que dispusiera de tal fuerza para desvincularlo de su deseo. Por momentos recordaba las palabras de Dorian Grey: “El hombre dueño de si mismo puede poner fin a una pena con tanta facilidad como puede inventar un placer. No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero experimentarlas, gozarlas y dominarlas”.
-“Quiero gozarlas, quiero dominarlas”, repetía con una voz ronca una y otra vez.
-“Quiero experimentarlas, quiero experimentarlas, pero no puedo dominarlas, no soy capaz de dominar algo, que como veneno ha invadido mi cuerpo y se ha expandido con la terrible rapidez por el torrente sanguíneo”.
Se sentía moribundo, pensaba si dejaba de caminar, la ley injusta prevalecería y ya no estaría ante el mural, mirándolo, sintiéndolo, sintiendo sus aromas, derrochando cada instante de su vida admirando a aquélla maravillosa imagen que se adueñó de sus entrañas.
Sus manos empezaron a sacudirse hasta tal punto que la copa cayó y se rompió en múltiples cristales, la expresión de horror invadió su cara. Maxim se encontraba otra vez delante del mural, acercándose, tratando de no respirar, buscando la verdadera razón. Pero no, el proceso racional no cabía ahí, solo era él y el mural, él y sus sentidos, él y el impulso insatisfecho.
Se cayó de rodillas adelante de aquélla imagen, y con la cabeza levantada murmuró en vos baja: -“La pulsión es deliciosa, en cierta forma obsesiva, revoltosa, ardiente y desgraciadamente incontrolable. Soy un títere y cada hilo es una sensación, soy un salvaje, soy el inicio y el fin de mi propio circulo vicioso , y al final soy el prisionero de la ley que he creado, soy un mártir de la voluntad”.